La justicia de Dios es su Misericordia, que nada tiene que ver con nuestra justicia ni con nuestra misericordia:
La Misericordia de Dios no es es una compasión suave, blanda, sin energía ni vigor, carente de determinación. Desde esta pseudomisericordia, Dios sería como un colega benevolente que no se toma en serio al ser humano ni la complejidad de la realidad.
La Justicia de Dios tampoco es nuestra “justicia distributiva” que premia a los buenos y castiga a los malos.
¿Qué quiere decir, entonces, que Dios sea misericordioso? ¿Qué relación existe entre la misericordia de Dios y su justicia? ¿Cómo podemos responder a la misericordia de Dios desde nuestro modo de actuar?
Vamos a ver la Misericordia de Dios desde dos textos bíblicos: la parábola del hijo pródigo y la muerte y resurrección de Jesús
Parábola del hijo pródigo
Esta parábola es un claro ejemplo de cómo Dios entiende y aplica su justicia, que no es otra cosa que su Misericordia. Todas la conocemos: un hijo que rompe la alianza y el vínculo familiar (entierra al padre en vida, porque recoge la herencia antes de su fallecimiento). Malgasta el dinero y echa a perder su vida. Cuando no puede más, busca la manera de volver pidiendo perdón. ¿Es acaso su padre un padre ingenuo, que no sabe del mal cometido por su hijo? Ni mucho menos. El amor del Padre no relativiza el pecado ni el mal, solo que elige no responder de la misma manera. El hijo, mereciéndonos un castigo, se encuentra con un abrazo y una fiesta.
Ésa es la Misericordia de Dios, no una misericordia ingenua y bobalicona, que procura ignorar la realidad “echando paños calientes”. Es una Misericordia que sabe y asume la gravedad de las dinámicas del mal y, lo que es es peor, reconoce sus consecuencias. Es una Misericordia que “sabe” que responder al mal con mal, solo puede producir más víctimas. Sólo el amor puede cortar la dinámica de muerte que trae consigo el pecado.
La cruz: el lugar donde la muerte se hace Resurrección
Jesús asume la cruz no por masoquismo, sino por amor. Carga sobre sí toda la fuerza de la muerte para detener su violencia. Si a lo largo de su vida había mostrado su solidaridad con las personas empobrecidas, ahora se hace solidario hasta el extremo con las víctimas inocentes, con las más indefensas. Se convierte en el justo sufriente, como lo llama Isaías.
En la Cruz, la Justicia de Dios es más que nunca una muestra de su Misericordia. Jesús ya no puede dar más de sí mismo donando su misma persona. Es en ella donde el amor a la Humanidad es amor a los enemigos. La Resurrección es la Vida que emana de tal donación, donde el amor trasciende la lógica del intercambio y es expresión de la economía de la gratuidad, del don y de la abundancia. Jesús se desprende tanto de sí mismo que ya no se pertenece. Su vida entregada se transforma en Vida en Abundancia para toda la Humanidad, especialmente para la más amenazada y vulnerable.
La Misericordia es la actitud de quien trasciende el egoísmo y el egocentrismo. Trascenderse uno a sí mismo hacia los demás, olvidándose de ese modo de su persona, no es debilidad, sino fortaleza. En eso consiste la verdadera libertad (“Nadie me quita la vida, soy yo quien la doy”)