Compartiendo nuestras historias migratorias

Era un 19 de abril de hace aproximadamente trece años. Recuerdo bien la fecha y la hora: 9:00 am. 

Deje a mi esposa e hijas en un mar de lágrimas. Mientras salía de la casa, una de mis hijas se colgó en mis brazos, mientras mi corazón se quebraba en mil pedazos. Fue un momento difícil que jamás olvidare, porque la hora de mi partida había llegado y sin mirar atrás, emprendí el viaje de mi vida. 

Llegue a la frontera, ahí me esperaba el “coyote”. Más  adelante migración nos detiene, este fue el principio de la corrupción del viaje.  Me quitaron todo, pero aun así continué, llegue a la casa del migrante, ¡gran alivio!, una casa similar a la nuestra. Me dieron comida y donde dormir y ahí me di cuenta que a pesar de todo, suceden cosas lindas porque Dios no me abandona. En la casa del migrante conocí a personas de otros países, entre nosotros nos dábamos fortaleza para seguir adelante y llegar a nuestro destino. Había noches que me llegaba la nostalgia lejos de ustedes y solo decía en voz baja: Dios, cuídalos y cuídame, porque quiero volver a verlos.

Llegó el fin de semana para continuar con mi viaje, el viaje más largo de mi vida. De noche comenzábamos a caminar por el desierto. Iban mujeres, niños y hombres de diferentes edades. Al amanecer descansábamos, porque al llegar la noche, debíamos continuar caminando por el inmenso desierto. 

¿Sabes hija? No fue nada fácil. La mayoría nos quedábamos sin comida y agua a mitad del camino, además de eso estuvimos perdidos por dos días en el desierto, en ese momento quería regresar con ustedes y decirles cuanto los amo. Pero otra vez, Dios se vuelve a manifestar en mí y me dio fuerzas para continuar. Después de tanto caminar, llegue a donde yo quería: EEUU.  

Llore y quizá fueron lágrimas con sentimientos encontrados. Alegría por estar en el lugar que yo quería y tristeza porque los kilómetros que me separaban de ustedes eran más. 

Llegue cansado, golpeado y con hambre. Quizá era el precio que debí pagar. Hija de mi corazón: tu carita la veo en las estrellas, tus hermanos, tu madre y tú, son mi fuerza para seguir viviendo. Algún día volveremos a estar juntos. 

Hija, hazle llegar este mensaje a todos mis hermanos migrantes que están contigo.  No importa cuántas lágrimas, penas, y sufrimientos pasen en su camino, el migrante seguirá adelante con la frente en alto, sin perder el horizonte de su destino. El norte es su esperanza para cambiar su vida y nuestro señor Jesucristo guiará, cuidara e iluminara sus caminos.

Con inmenso amor, te ama:

TU PAPI