“…por un lado México está rodeado de grandezas,
pero también de grietas y heridas que conducen a la desolación.
Son estas últimas las que obligan a caminar
para decir a las autoridades de frente
que tienen que aprender a mirar y a escuchar”.
México es conocido en los últimos años por su violencia, por la violación de derechos humanos que padece, especialmente de los pueblos indígenas, los migrantes y las mujeres. Pero como se afirma arriba, México es grande y sus grietas y heridas han de ayudarnos a caminar y a mirar de frente nuestro futuro y nuestros sueños.
Las Apostólicas, desde el sentido de servicio a la comunidad y a nuestro pueblo, estamos presentes en cuatro lugares de misión: La Polvorilla y Santa Cruz (Distrito Federal), Guadalajara (Jalisco) y Palomares (Oaxaca). Desde estos lugares reconocemos la presencia de Dios que nos hace buscarle y hallarle en todas las cosas, pues nos espera en este pueblo querido y al mismo tiempo, nos espera más allá de donde estamos, donde todavía nos hemos llegado. Dios es siempre mayor y siempre menor, que nos sorprende, irrumpe y nos hace caminar, a veces con preguntas para las que no tenemos respuestas.
México es un país de tránsito de migrantes, sobre todo centroamericanos que huyen de la violencia de las maras, del desempleo, o simplemente, buscando mejores condiciones de vida en los países del Norte. Las políticas migratorias de nuestro país se han ido endureciendo, a pesar de ser sólo un país de paso. Hondureños, guatemaltecos y salvadoreños han de cuidarse de aquéllos que quieren hacer negocio de la migración y usan contra los más débiles las armas de la extorsión, la violencia y el engaño. Pero México es al mismo tiempo un país generoso y hospitalario, que se organiza espontáneamente su acogida, tratando de dar respuesta a los clamores de los más vulnerables.